A Josefina desde niña, le atrajo la palabra Mercadotecnia. Era el título de un libro grueso y mediano que se erigía en un rincón de la breve librería de su tío Sergio. Esa palabra era como mágica. Podría referirse al mercado como a algo técnico. Pero lo más curioso, es que en uno de sus cumpleaños, este tío le regaló un gato de peluche; al que le puso por nombre Mark.
El peluche era plomizo, brillante. No dotaba al imaginario felino personificado más que la esencia de un pelaje; y con una efectiva alusión al clásico personaje de Tom (y Jerry) de los hermanos Barbera. Lo cierto es que el peluche la acompañaría a todas partes. Cuando salía al colegio, a la casa de sus amigas cuando habría que hacer un trabajo grupal o realizar las tareas juntas.
Desde pequeña, aprendió a lavarlo tanto a mano como a lavadora automática. Aprendió a coserlo y descoserlo con un trato reverencial. Como una estudiada en tanatología médica, pero con la clara premisa que esa resurrección se daría más productiva que de costumbre y para muchos lugares o circunstancias.
Cuando Josefina conoció a Martina, ambas tenían 15 años, un coeficiente intelectual superior a 150 y claro unos peluches muy singulares y productivos, si quepa el término.
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