Estaba precioso. Su rostro brillaba como nunca y no, no quería que vaya al camerino, a la ducha o al bar para celebrar el triunfo; lo quería para mí así. Brillante, brillante y mío; como lo había deseado tantas veces, en el trabajo, en mi casa, en mi desempleo.
Apagué el teléfono, quería todo ese despliegue de músculos y sonrisas para mí; sin distracciones sin elementos cercanos y mundanos que me distraigan la vista. Había conseguido mi objetivo de tenerlo frente a mí y en short.
- Bueno y me vas a tener así. – Se quejaba el pobre.
- Quiero pedir algo, así que no te escapes. –le advertí al pobre.
Entonces escuchaba su apreciación del partido, de sus pases certeros, de su sólida contención y de sus geniales pases que había conducido a la victoria a su equipo. Quizás olvidando que ellos jugaron sólo con seis; de acuerdo a mi lógica de futbol 7. El seguía hablando hasta que llegó el jugo.
Siempre en servicio y atento para el momento de servir el jugo. Sus manos me volvieron a tocar y estaba segura de que comenzaba a lubricarme. Estaba precioso y radiante. Todavía no había tomado su baño pero ya era mío. Su hombre interior me lo decía.
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