Entramos a la habitación y al instante nos comenzamos a besar y acariciarnos; hasta mordernos incesantes. Sus labios examinaban cada parte de mi rostro. Su lengua era una eximia exploradora; y yo estaba rendida a su sexualidad. Hasta que sentí su erección sobre mi vientre.
- Veo que estás listo- le dije casi jadeante.
- Yo siempre estoy listo- respondió continuando con sus besos.
- Yo siempre estoy listo- respondió continuando con sus besos.
Sus labios suaves se compadecieron de mis senos en cada beso; provocando que mis pezones recobraran vida. En un instante más, me encontraba desnuda y decidí ayudarle en esa misma tarea. Tenía un cuerpo precioso y bien marcado.
Su erección, su erección se iba asentando cada vez más hasta que lo noté en su plenitud. Entonces cerré los ojos profundamente y tomando con mis manos sus glúteos lo atraje hacia mí, hasta que entró como un dios niño.
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