Alguien nos llama. Su voz es ondulante como el clamor de una
campana. Ella no sabe que lo ocurrido no fue por su culpa. El encargo de
manipular sus ideas ya estaba predefinido por mi oficio de exorcista. Pero
bien, ya no formaba parte de la Iglesia.
Ahora me dedicaba a las curaciones metodistas, invocando
ángeles, empleando hierbas; orando, implorando con mucha fe y esperanza (que es
lo último que se pierde). Empero, esa voz persiste y se esconde en mi entorno,
como una bendición en medio de las tinieblas. Un ángel herido que se ha
apoderado de esa mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario