Entonces Arnaldo comenzó a
explorar la cocina con sumo detenimiento, después de tantos años, instalándose
en cada rincón y recogiendo algunas muestras de especias y aderezos de los
pequeños recipientes; provistos de algunos instrumentos para cumplir
con dicha tarea. Pero de pronto le sobrevino un pensamiento extraño.
Consistía en el de matar a un
hombre. Para ello era necesario 200 de intención de maldad, un cuarto de
angustia preparada, una ración de criminalidad y exacerbación (preferible de
una mezcla de sal y pimienta al gusto). Lo tenía exactamente todo. Pero no lo
esencial e indispensable, que era tener un arma.
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