La gran obra hacía un año que había
comenzado. Los habitantes cotejaron ese espacio del tiempo con las caídas de
las lunas. Por tradición, era preciso favorecer a aquellos hombres, pero por
sobre todo a su guía de obras, el joven Darnhos, hijo de los nobles de los
pueblos del norte, mancebo que rodeaba el cuarto de siglo.
Empero Darnhos, hijo de los nobles del
norte, no deseaba tanto ni el ganado, ni los cultivos de los pobladores. Había
puesto su mirada y sus ilusiones en una joven de la aldea. Aquella avecilla que
le había provisto de agua y que ayudó a uno de sus peones, para cuando sufrió
una fractura ante el golpe con una roca. “Si tu nombre es sol, acude pronto a
las noches de mis sueños, pequeña florecilla” dedicaba galante él a su musa de
las altas regiones; en perfecto idioma Mushiq.
- Mis padres ya compensaron su obra, buen
joven- respondía al cumplido la joven.
- Pero juro por estos caminos, que optaré
por quedarme aquí junto a ti y los tuyos, si me concedes tu corazón.- respondía
el enamorada maestro de obras.
Pero el general, ajeno a los cálculos del
amor, sólo atinaba a enviar a cada dos lunas un emisario en busca de
información de las obras y del estado de los hombres. Todo andaba en orden,
excepto el corazón inquieto de Darnhos. Joven formado en la milicia de defensa
del norte y discípulo de los sacerdotes de Naylamp.
Cierto atardecer
de la segunda estación solar, uno de los jornaleros, informó que el camino
había llegado hasta el límite del pueblo y que bajo una pendiente de cien pies
de altura, estaba el río que desembocaba a las costas de los challwas.
-Magnífico, entonces
construiremos un puente. – atinó a decir el joven.
-Pero su merced,
recuerde que no sabemos quienes andan por allá, si amigos o enemigos. –
respondió el más viejo de los obreros.
La voluntad de
Darnhos , su valor y el demostrar a todas las jóvenes de su autoridad, trajo
consigo no solo la culminación del puente, bajo un penoso saldo de dos obreros
muertos por la uta; sino que también le había valido el título de delegado del
pueblo, facultándole el elegir a una de las vírgenes del pueblo. Como era de
esperarse, el eligió a su amada avecilla.
A la mañana
siguiente, luego de que el principal del pueblo oficializó la marcha de los
esposos a las montañas para la presentación a las divinidades, uno de los
trabajadores advirtió de la llegada de un séquito de más de trescientos
hombres.
- Dime, que no
es verdad. ¿Acaso nos enfrentarán? – preguntaba sorprendido Darnhos.
- Son los hijos
del Sol, los hermanos Ayar – se atrevió a asegurar uno de los pobladores.
Poco a poco,
tiempo tras tiempo, las cabezas de más de trescientos hombres que acompañaban a
una corte e militares, iba aproximándose a la aldea. Hasta que legaron. Uno de
ellos, quitándose el cinto de la cabeza, saludo rápidamente con la mirada y en
un idioma extraño anunciaba que tomaría los caminos del pueblo y que parte de
ellos pasarían a los dominios de Qhapaq Yupanqui.
- Soy el maestro
de obras y no pretendemos que tomen nuestros caminos- exclamó Darnhos.
- Estos caminos
son del Sol, por cuanto el los mantuvo con vida – respondió el general en
Mushiq.
Ninguno estaba
preparado para la guerra, ninguno tenía idea de lo que serían sus vidas y cómo
un tal Qaphac Yupanqui se apoderaba de tanto esfuerzo. Darnhos estaba
confundido, confundido y enamorado hasta el cansancio. La paz de su corazón se
veía afectada y más ahora que el general en privado le anunciaba que si no
venía con ellos, arrasaría con el pueblo y que la misión que tenía ahora era
concretar el proyecto llamado Qhapaq Ñan.
“En nuestra
cosmovisión, no hay mujer; hay mujeres. Pero llegado su momento. Acepta nuestra
oferta noble del norte. Este pueblo no debe detener tus sueños” El general
sentenciaba así, la forma cómo Darnhos había anhelado todo este tiempo
trabajar. Por una mayor causa y con mayor respaldo.
Su obra estaba
en medio del sueño de todo un imperio. Su amada seguía inmutable ante su
partida, extraña y distante en parte como lo había conocido. Como si las
estrellas se había puesto de acuerdo con el silencio de sus ojos. “Nunca
apagaré el vigor de mi corazón, amada mía. Te llevaré conmigo siempre”. Pero
ella no quería entender más, era como si el Mushiq hubiera pasado a la historia
de pronto, así como ese amor de caminos.
Santa Eulalia
Octubre 2012
Octubre 2012
De Caricias del
Tiempo
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