jueves, 21 de octubre de 2010

La Huella del Hielo


No era el hambre lo que lo llevaba afuera, ni siquiera la impaciencia de ese ser panzón que se contentaba con la mitad del alimento; era su deseo de vivir. Para él la noche no era más que una oportunidad para protegerse de las bestias nauseabundas, el día una ocasión para alimentarse. Desconocía a los individuos que siempre lo terminaban ayudando con alguna caza, para eso estaba su daga de amanita, para darles lo que correspondía y de preferencia con sendos huesos.

Pero esa bestia predilecta de sus cacerías, tenía algo que ellos ignoraban completamente. Sí ese ser lanudo y gigante tenía un denso pelaje al que muchas veces dejaban abandonado, exponiéndolo al sol y al olvido. Pero el bien se preguntaba si podría servir para algo más, no podría sólo estaba claro. En secreto decidió aguardar el momento propicio.

Pasaron así los días y el calor de lo insoportable, terminó escondiéndose. No existía más. Las bestias ya no rondaban por las mañanas con poquísimo sol. Las cordilleras escondían un verdadero terror, que según algunos buenos vistazos, se trataba de seres como él y otras bestias de caza, totalmente petrificados y muchas veces incompletos. Pero esto no era su temor. Su temor era terminar como ellos sin no haber obtenido antes ese pelaje lanudo de la bestia que ahora no puede cazar.

Las frutas le sabían asquerosas, el ser que ya no estaba panzón y que ahora lleva a otro más pequeño en brazos, se contenta con frutos extraños que él ni siquiera se toma la molestia de olerlos. No tiene ni idea de cómo los obtiene ni por qué lo hace. Las bestias ligeras de cuatro patas también son presa fácil del frío. Pero nadie quiere exponerse al paisaje frío y destructivo al término de las cuevas, un poco más allá de los sembríos.

Entonces recordó que el pelaje se encontraba a unas pocas horas de camino pasando los sembríos. Entonces recordó que estaría sólo porque cuando se juntaba con otras, era para matar o para dividir la presa. No conservando nada que no fuera carne con densos huesos. Entonces inició su marcha, entonces pasó primero por el sembrío y extrajo algo de lo poco que la bondadosa y fuerte tierra le podría dar a ese aprendiz de agricultor.

Otros como él lo miraban desde sus propios cultivos, lo veían más desprotegido que ellos mismos, lo veían solo. Sin embargo, era así como todos estaban. Porque los significados surgen a partir de las observaciones. Entonces por él comprendieron, que debía también salir a pesar del fuerte frío, salir y explorar nuevas tierras, de seguro tierras calientes muy cerca de esta que se acaba de helar. El emprendedor continuaba su marcha, de pronto atardeció de pronto vio el cúmulo de pelaje sin utilizar de la enorme bestia lanuda. No había aún lenguaje para su dicha.

Provisto de la daga, desgarraba cada cartílago, cada hueso a fin de conservar solo el pelaje. Sus dedos poco a poco perdían la destreza, la noche llegaba junto con la inclemencia del frío. La cordillera iluminaba a lo lejos de tanta blancura. Por fin terminó, pero el pelaje era imposible para sus fuerzas, estaba solo, con frío y con hambre. Ya habían pasado varias horas. Nuevamente tomó su daga la miró y pensó por un momento que ya no estaba solo.

Ya no estaba solo y cada corte adicional le recordaba esto. Cuando creyó terminar con su obra, decidió probar la masa de cada una de los pelajes. Para su sorpresa, al comprobar cuál de todos los retazos le demandaba más resistencia, descubrió el abrigo. Entonces un extraño calor le invadió el cuerpo, era el calor del triunfo. Pero aún no había llegado a la cueva donde le esperaban esos dos seres hambrientos.

Entonces tomó junto con el suyo un abrigo de menor tamaño, el más ligero y se lo llevó consigo. Extrañamente, había recobrado fuerzas, extrañamente se sentía más veloz a pesar que el camino era llano. El viento pasaba frío, pero lo sentía como si fuera parte del exterior. Al cabo de unas horas, nuevamente los compañeros de caza, nuevamente los dos seres a los que el instinto los llevó también a abrigar.

Entonces esta vez su deber era salir, salir abrigado y decirles que vayan por el abrigo. Ellos no sabían que era eso que llevaba puesto, pero él les indicaba con el brazo extendido, hacia ese camino que les tomaría en su caso algunas buenas horas. Uno de ellos temeroso se le acercó, el inició la marcha. Pasaron las horas y la oscuridad terminó dificultando las cosas, ya no estaba la luz de la luna ni mucho menos la punta de esa cordillera blanca que indica. Era preciso ubicar esos montículos, finalmente lo halló. Finalmente le hizo probar a su compañero uno de ellos. Aún quedaba uno y era el más pesado.

Los dos iniciaron la marcha, llevando consigo el más pesado. De pronto el ambiente se vio invadido por la niebla, de pronto comenzó a caer del cielo partículas semejantes al color del suelo y de ese cordillera. De pronto sus pies frente a sus ojos se vieron por fin desprotegidos. De pronto se dieron cuenta que con esa carga no podría llegar nunca al grupo de caza. Repentinamente la fatalidad quebró una parte del suelo de hielo aprisionando al gran descubridor. Su acompañante no podía liberarlo. De pronto esas manos que indicaron el camino, ordenaron esta vez para que lo continúen, sin él.

Cobijado aún por el gran bloque de pelaje, iba sintiendo como ese gran bloque cedía ante el gran peso. Esta vez de pie, iba sintiendo como la vida se separaba de él, en partes. Alejándose de sus pies, de sus piernas y de su cintura. De pronto sólo quedó el silencio. De pronto no quedó nada de él tan sólo sus huellas y ese montón de pelaje. Ese pelaje que nadie quiso mover, como honor a ese guardián del calor, como honor a esas huellas que trajeron algo más que la vida de un gigante lanudo.


Santa Eulalia
21/10/10

Tita


Tita pronunciaba mi nombre de una forma exquisita, ella siempre me escuchaba atenta con una actitud de querer aprender a mover los labios de forma segura e inteligente, como lo hacía un estudiante de ingeniería. Tita había aprendido Chino y lo pronunciaba tan exquisitamente como cuando pronunciaba mi nombre. Yo no sé que hacía en su clase, quería aprender supuestamente; pero terminé enseñando mi forma de vida a Tita.

- Pucha mi enamorado, que es de la cato, es tan inteligente como tú - . Mentía de seguro, al notarme poco interesado en ella, que aparte de ser bajita, no era tanto de mi tipo.
- ¿Y por qué te atraen los chicos inteligentes? - .Le pregunto en voz tan baja como para que llegue directo a ella, que bueno está bien, era bonita

“No sé, pero se siente bonito. No sé hablar con alguien que sabe tanto como tú, que te pueda enseñar otras cosas” Yo la escuchaba, como si fuera un niño escuchando a su hermana mayor. Yo la escuchaba y eso me gustaba. Me gustaba más que contemplar sus ojos, me gustaba más que sus manos, más que su forma de vestir, más que su diminutivo de Tita. Por entonces yo sí tenía de verdad una enamorada; que era más inteligente que yo.

Algo Anda Mal


Aquel cinco de febrero de ese año terrible, uno de nuestros cachorros dio inicio a la secuela de accidentes que nos mantuvo con el corazón en la boca a mi hermana y a mí. Sam había experimentado una fuerte repulsión, producto de la explosión de una pelota que mordió. Si bien lo que nos alertó al principio, fueron los fuertes alaridos del cachorro, más adelante notaríamos que había perdido parte de la audición.

Luego vinieron caídas, cortes y resfríos. Algo estaba pasando. Efectivamente, Mickey anduvo por un tiempo en casa de mis tíos para asegurar el cruce con una de sus bellas mascotas. Finalmente, en la primera semana de marzo de ese año terrible, hizo su aparición un brote de parvovirus; aparentemente uno de los pequeños cachorros lo contrajo, muy de seguro luego de sus primeras salidas. Hasta que llegó Mickey.
Ella bajando de la combi. Ella cruzando con el semáforo inteligentemente en rojo. Ella caminando alegre hacia su casa que de seguro quedaba cerca. Ella bajo la lluvia. Ella vestida de blanco, con un cansancio académico, dando a deducir que bien podía estudiar medicina, veterinaria u odontología. En cualquiera de esos casos la anatomía sería como un pan comido, un pan comido dentro de una sala de operaciones. Ella en la sala de operaciones. Asumiendo que la medicina.

Ella desvistiendo a un paciente. El paciente, que resultó ser su enamorado, tomándole del talle se encoge un poco y la besa con frenesí. El diciéndole que la desea, que su fantasía era hacerlo en una sala de cuidados intensivos (estando en el laboratorio ) con ella. Ella que no sabía esas versiones del amor. Ella que quería casarse de blanco. Ella cogiendo un bisturí. Amenazante y bella. El que huye aterrorizado. El que ya no quiere ser más ginecólogo.

Días de Meche


Conforme pasaban los días y las responsabilidades crecían junto con los cachorros. El jardín contiguo al garaje, destinado para el albergue, ya contaba con una estructura arquitectónica improvisada por mí. Así pasaron tres años y Meche estaba loca con su plan de tesis, Desparasitación o rehabilitación, No me parece lo primero, Tu cállate, Bueno no dije nada, Me acabas de dar una gran idea.

Y lo llamó “La estimulación afectiva en los pedigree y su aplicación terapéutica”, Asu que tal tema, Nada que ver Mickey me inspiró, se supone que él ha crecido con nuestro afecto y ha sido testigo de la forma como se la dábamos a los demás, Tú crees que él sea como un psicólogo para ellos, Así es y es lo quiero demostrar. Ella ya había dejado sus manías nerviosas, ella ya había dejado atrás a dos ex – enamorados; era tiempo de ella. De ser ella misma, ser la Meche que aporta y sirve desinteresadamente.