lunes, 29 de marzo de 2010

Farewell


a un ángel llamado Bryan


Su madre llegó algo cansada. Los deberes del hogar como siempre le habían deparado más de tres horas entre chismes, regateos y compras a sus caseras. Ella estaba decidida a ser fuerte, alguien le esperaba en el hospital, y reservó el último momento de las compras para cumplir su encargo.

- Mamá – exclamó con júbilo cuando la vio aproximarse a él. – Ya hiciste la recarga.
-Sí hijito, cómo lo iba a olvidar – respondió la madre aproximando sus labios sobre la cabeza calva del muchacho.

Nueve meses atrás el pequeño decidió no pedirle más propinas a su padre, Parece que nunca me has querido, está bien no recurriré más a ti. En ese momento su madre tomó el aparato celular y lo llevó a un instaurador. El joven se quedó con ese cuadro. En ese momento llegó su querido tío.

- ¿Qué pasa cachorro, te has portado mal esta vez? – Le preguntó un joven de veintiséis años.
- Nada tío ahí siempre discutiendo con mi viejo, a veces no lo reconozco – contestó el muchacho.
- Y esa herida aún no te sana… ¿Qué espera mi hermana para llevarte al seguro?
- Pronto vendrá, lo haré presente tío. Vamos a servirnos algo.

El joven se aseguró de acompañarlos esta vez, el doctor encargado atinó a decir que luego del tratamiento el siguiente paso sería realizar algunos exámenes más. La madre acongojada por su aún pequeño no supo cómo enfrentar otros gastos, Deja yo me encargaré de eso, Gracias tío.

Los exámenes al mes siguiente para sorpresas de todo habían concluido que el pequeño de la casa tenía leucemia. Su madre quiso destruir aquel papel, continuar la vida de antes. Miró al cielo y mirando a su hijo jugar con el celular, se postró en el sillón llorando. Cuando llegó el padre éste no supo que responder, enmudeció y poco a poco sus pocas energías lo llevaron donde su hijo y abrazándole le dijo que le perdonara. El observó el papel y más sorprendido por el abrazo, dejó caer unas lágrimas.

Su tío al enterarse se desesperó tanto que en un día había movido cielo, tierra y estrellas hasta poder llevarlo al hospital. Más exámenes, más cuentas de ahorro, más reposo, menos comidas. El padre del menor se unió al afán del tío, aunque no decía nada. Se había mecanizado desde esa fecha y cada vez que veía al pequeño se echaba a llorar. A los pocos meses el menor fue internado.

En casa todo había cambiado la madre no dejaba de llamar a su hijo, el tío también. El padre se había convertido en evangélico y oraba siempre hasta altas horas de la noche. Parecía que se había olvidado de que tenía esposa y una hija. Todos andaban pendientes, vigilia tras vigilia, oración tras oración. Así pasaron tres meses, cuando las esperanzas parecían agotarse.

- Gracias mamá, no sabes cuánto deseo tenía de hablar con mi tío, en mis últimos momentos.- Dijo el pequeño mientras cotejaba el saldo disponible en su móvil.
- Mi amor…su madre no dijo más y lo abrazó, parecía que ella también quería unirse a la agonía sincera y paciente del joven.

Aló tío cómo estas, Gracias tío yo también rezo mucho por ustedes, Estoy con mamá me acababa de hacer la recarga, Yo quería despedirme tío, Sabes tío he dejado de quererte mucho, Ahora te amo tío, Has sido más que un padre para mí tío, Gracias tío por todo, Diles a todas ellos que los quiero y que siempre estaré en sus corazones, No llores tío, tienes que ser fuerte, Ya me están esperando tío, Jesús me está esperando y me está llamando tío, Gracias tío siempre estaremos tu, yo, mamá y todos juntos, Te amo tío…
-Aló, hijito HIJITO…
- …

En el hospital la madre que había llorado aún más con cada palabra que pronunciaba el pequeño, su pequeño que no había dejado de abrazar y besar conforme se acomodaba el móvil en sus pequeñas orejas, su pequeño que ahora era un ángel para todos. El tío entendió que su hijito ya había partido al cielo y que ese detalle tan inolvidable de su última llamada, había marcado eternamente su vida y la había unido a otra aún más eterna.

Muy Pronto



Llegarían las vacaciones y mis hermanas optaron por salir y juntarse con sus amigas. Los míos en cambio, prefirieron viajar. Fue así que me quedaba en casa más tiempo. No me contentaba con los videojuegos. Siempre buscaba un pretexto para estar más cerca de Mickey. Muy pronto ese ser pequeño y peludo se daría cuenta que en mí encontraba más que un compañero de juego.

Terminaba una de mis lecturas favoritas del magazine de videojuegos, cuando en el inmenso árbol del jardín noté la presencia del cachorro. Sus ojos me consumían, parecía que me fiscalizaba el descanso. Yo poniéndome de pie me acerqué a él y alzándole de brazos le prometí con un suave beso, que me encargaría de cuidarlo. Su pequeña y gruesa cola no dejaba de moverse, Es un trato Mickey.

La bestia tenía la mirada fijamente en ese gatillo, sabía que si se desprendía algo luminoso de ahí, no solamente causaría un gran estrépito en el ambiente; sino que estaría en peligro su vida. Pero no podía huir, no acostumbró a vivir así. Desde pequeño aprendió a defenderse solo. Tenía cuatro meses cuando se separó de su madre, nunca entendió como llegó ese momento; sólo se daba cuenta que tenía sed de ella y de su calor. Pero esta vez, adulto con doscientos kilos y una amplia melena se enfrentaba a la prueba más dura que le había otorgado la vida.

El hombre estaba seguro de que el león caería fácilmente. A solo veinte metros, se preguntaba de momento por qué no había disparado aún. Quizás sus caricaturas de treinta años atrás, sus coleccionables de goma con detalles de tarzán o el rey de la selva; contenían sus instantes llevándole por momentos a una reflexión inmóvil. Pero tenía que sacar provecho a los doce mil invertidos en el zafari. Allá en su país todos celebrarían que él había cazado un león, “Todos…Mi jefe nunca me creería, mis hijos sentirían pena… ¿Estaré en una zona protegida?”

Sólo tuvo razón en esto último, cuando bajó el arma. Fustigado por sus preguntas el león de siete años, se abalanzó sobre él. El no pensó en ningún evento esta vez, no procuró preguntarse si ese hombre estaba protegido o si su manada aprovecharía de aquellas carnes. No era su deber tampoco. Así que dejó su ofensiva y continúo su camino dejando en el hombre una futura cicatriz de doce centímetros en el abdomen y una sensación de que la vida es sólo una.

Luego de la Escuela



Camino a casa mis ansias de ver a Mickey aumentaban a cada paso que daba o a cada luz roja con que se detenía el microbús.

-¿Qué te pasa?-Preguntaba el chofer.-Si gustas nos detenemos un momento.
-No se preocupe don Máximo, estoy nervioso por mi mascota-Respondía mecánicamente.

La luz llegaba apenas a mi hogar, los árboles tenían que ver en parte. Aun con la mochila rebosante en la espalda, corría desesperado en busca de unas muestras de cariño y vaya que lo recibí en creces. Obviamente, al cargar a Mickey, me sentía el ser más afortunado del mundo.

Entre tu Voz y la Mía



El verano que daba a la última de las estaciones de fuego. Eran los dos mil cuatrocientos veinte años de nuestra era y sólo existían cien seres humanos dispersos en el mundo. Se dice que los sobrevivientes fueron quienes estuvieron en el agua, en aquella emisión de rayos ultravioleta.

Pero yo no estaba contento con mi realidad. Mi compañera había fallecido a causa de una brutal batalla campal que terminó con una bala perdida y con la vida de quien se estaba convirtiendo en mi amiga. Pero la estación venía otra vez. Hoy en día no se habla de piel ni de los glaciares. Quienes afirmaban que el infierno no existe, ahora pueden darse un paseo por los monumentos y hablar de tantos temas.