miércoles, 23 de febrero de 2011

Una Noche con Sammy Giles



Yo era un gilazo, hasta que conocí a Sammy Giles. Ella era la típica mamacita que todos quieren chapársela y llevársela a la cama. Pero yo no había tenido enamorada ni mucho menos amigas cariñosas. Yo solo tenía una afición y era la música.

Cuando mis padres me pedían que bajara el volumen del equipo de sonido o cuando mi hermana repentinamente cambiaba mi canal de conciertos de rock; significaban el inicio de mis depresiones. No había nada más injusto en esta vida que privarnos de la música. Pero con Sammy Giles comprendí que no tener a quien chapar, era más injusto todavía.

Aquella vez que dejé de ser gil y pasar a ser de Giles, o mejor dicho el día que conocí a Sammy Giles; acababa de terminar un concierto en el auditorio de mi ex – colegio. Justamente al descender por las escaleras y llegar a divisar la capilla, vi. a una apuesta muchachita que comenzó a entonar un canto sopranísimamente bella. Ahí me detuve, con mi guitarra enfundada en la mano y mi corazón inquieto.

- Buenas noches- Me dirigí a un señor de terno.- ¿Cómo se llama esa banda?
- Buenas noches joven. Somos el grupo Bethonia - Respondió el señor de terno, mientras sacaba algo de su bolsillo. – Esta es nuestra tarjeta por si está interesado.
- Gracias… ¿La señorita de ahí también es del grupo?- Pregunté temeroso.
- Si se refiere a Sammy, sí. Es nuestra soprano más joven.

Yo estaba feliz. Tenía la tarjeta de su jefe, sabía su nombre y en un breve instante ella había salido a dar una vuelta por mi ex colegio; entonces aproveché para seguirla y saber más de su música y de ella y sobretodo su apellido, para así buscarla en las redes sociales. Aguardé un poco y la vi apoyarse en el muro que daba con el patio de inicial.

- ¡Hola Sammy!
- Hola, ¿cómo sabes mi nombre? – Me respondió al instante.
- Mi jefe me habló de tu banda, aquí está su tarjeta- Le enseñé, aunque torpemente, una cartulinita plastificada donde aparecía el nombre del señor con terno.
- Ah bueno, ahí nos llamas entonces. Me tengo que ir. Bye–Se retiró tal como respondió.

Estaba claro, ella nunca se fijaría en mí. Ni siquiera le interesó que llevara una guitarra enfundada, ni siquiera le importó saber como me llamaba. Estaba claro. Yo era absurdo para ella, alguien quien no debía recibir mucha atención porque a pesar de que podría tener la misma edad, era un tonto más. Pero estaba equivocada.

Era injusto admitirlo pero ella había llegado a mi vida en el momento que yo más lo necesitaba. Una chica, sí. Alguien con quien salir, alguien con quien compartir las historietas, salir otro día y así sucesivamente. Una chica era tan distinta a uno. Tan bonita como ella. Tan soprano como ella. Era Sammy y no sabía su apellido. “Ponle Giles, viejo” Me decía Pancho el baterista, “Además no nos faltaba una vocalista, ya pues es tu oportunidad; llámala”.

Pero yo no tenía su número, sólo una cartulinita plastificada en el que decía Jaime Amadeus Quispe Salazar. Así que por lo pronto podría tantear por saber quien era ella; primera búsqueda en una red social Sammy Quispe, puras cholitas. Segunda búsqueda; dos morenas y una enana todas Sammy Salazar. Ocurrió lo mismo cuando probé con los nombres de Samanta y Samantha. A la mierda, Sammy Giles. Decidí llamar al tal Jaime Amadeus, director de Bethonia.

- Muy buenas días, llamaba para un casting de vocalista de rock. Quisiéramos a través del grupo Bethonia contactar con la señorita…-Pregunto a Pancho si puedo decir Giles, “Dale viejo”. Sammy Giles.
- Buenos días. Aquí no tenemos integrantes con ese nombre, me disculpa- Dijo el mismo gordo de aquella vez.
- Pero y la soprano….
- Mire si se refiere a la señorita SamanthaFujimoto, ella está de gira atendiendo y no creo que pueda postular a su empre…-Corté la llamada, para qué iba a necesitar más datos.

Samantha…Claro ella tenía un nombre formal, como soprano que era y bueno Fujimoto; chinita no era, de seguro su papá o su abuelo; en fin ahora era mía. No veía las horas por estar frente a mi computadora, conectarme a Internet vía la red social y poner Samanta o Samanta con hache intermedia o por último Samy o Sami; el tema es que con Fujimoto, que no era apellido común la búsqueda me iba dar con ella.

Y la búsqueda de Samantha Fujimoto, dio con ella. Vía la red social, me llamó la atención los libros que había leído. El Conde de Montecristo, La Cabaña del Tío Tom. En cuanto música, no me defraudó. Era fan de Nightwsh y de ArchEnemy. No solamente era un encanto de chica, se estaba convirtiendo en mi amor. Y yo “Estoy feliz Pancho ojala me acepté…” El bendito Click dio a una página que me daba a entender que el usuario no aceptaba solicitudes de amistad.

- Mensaje nomás viejo- Sonó esperanzador mi baterista.
- Sí bueno y que le digo…
-Lo del casting de vocalista pues gilazo, y que quieres hacer un ensayo.
- Bueno aquí voy…Hola Samy, soy Luis Felipe de Iza , te conocí el día que tocaste en una boda de mi colegio…-Pancho en esas gritó, “Ya huevón al grano” y continué con el ochenta por ciento de lo que mencionó anteriormente.

Fueron los tres días más largos de mi vida. Y que hubiera pasado si nunca me hubiese llamado, si nunca lo habría leído. Pero afortunadamente lo leyó. Quizás el primer día y para el segundo lo releyó y dijo por qué no; o muy probable que lo leyera al segundo día y haya respondido ahí mismo o quizás el tercero; dando a entender de que es de armas tomar. Mi linda guerrerita soprano.

Su respuesta fue breve apenas una oración, “OK dime en qué lugar y horarios ensayan”, “Gracias, todos los martes y jueves a las siete de la noche en la escuela Tonny Brahms por el Trigal.” Ahora los días que siguieron fueron más tranquilos. Su respuesta final nunca llegó, pero sí ella. El jueves de la siguiente semana. Llegó sola. Pancho la recibió primero con un beso. “Asu te has puesto más simpático ah”, “Jaja yo soy el batero, me llamo Pancho” “Ese gil de ahí es Luis Felipe, el que te manyó por su cole”

Luego continuarían ellos dos hablando, yo haciendo caso como todo un Luis Felipe Gil , de las órdenes de Pancho y de las necesidades fisiológicas de Sammy Giles. Pero muy pronto los dos me llegarían al pincho. Pancho porque nunca me dijo que tocaba guitarra y me pidiera que acompañe y la segunda porque Sammy podía manejar agudos y graves en el mismo compás.

Todo me pareció irreal a partir de ese momento. Pancho sacando un roncito al final del ensayo. Pancho felicitando a Sammy y diciéndole que era muy bella. Sammy confesándole su edad, Sammy diciéndole que no se siente mucho menor que Pancho, Sammy por fin dirigiéndome la palabra para decirme que hora era, porque estaba con el celular haciendo finta de que iba a llamar alguien; cuando en realidad estaba jugando Torres de Hannoi.

Sammy no aceptó tomar el ron desde luego, agradeció a Pancho, me felicitó a mí por haber podido llegar a ella y fue al baterista primera guitarra, a quien dejó su codiciado teléfono. Nunca perdoné a Pancho su impertinencia, como nunca su hermanita de trece le perdonó que él no le enseñara a tocar guitarra dos años antes.

El tampoco me perdonó a mí el haber agarrado con su hermana en su fiesta de quince poniendo fin así a nuestra banda. Al poco tiempo nos enteramos de que nuestra querida SammyFujimoto de Giles, convivía con el señor gordo Jaime Quispe de Bethonia.

Santa Eulalia
05/02/2011

Nuestros cantos eran sencillos. Los habíamos aprendido tiempo atrás de algunos novicios. Todo tiempo pasado fue el mejor, escuchaba de algunos viejos que solían ir a las bodegas en busca de cervezas. Yo empero, recuerdo esos cantos llenos de fascinación por la vida y por la creación del mundo.

Pero la vida no transcurre muchas veces a nuestro entendimiento y fue así que alguien también me enseñó a disparar. Era el arma de mi padre, un humilde vigilante muerto años atrás en un atentado, del que nunca nadie nos explicó nada. Ningún responsable, sólo una víctima que lamentar y sus deudos en el que estaba yo incluido.

Recuerdo claramente ese robo, recuerdo el cómo se iba desangrando camino al hospital y finalmente; de ese doctor barrigón quien demoraba en atender a mi padre porque estaba viendo un partido del mundial. Lo recuerdo como si fuera ayer.

Aquel Dios de mis alabanzas y glorias, me dispuso de un guerrero solitario, para que me enseñara a disparar. “Te daré diez soles, sólo tienes que herir a esa persona en una pierna, mañana cuando salga a esta misma hora; así aprenderá” Yo esperando recibir veinte, le disparé a las dos, al día siguiente. Pero ante mi descontento, sólo me pudo dar quince. Ya era uno más de las películas.

Yo nunca había conocido a mi madre. Ahora que se me presentó la oportunidad de verla por primera vez y en su lecho de muerte, siento deseos que ese Dios que tanto quise en mi niñez; se la lleve. Ella nunca quiso a mi padre ni mucho menos a mí. Ahora enferma, arrepentida, sola y triste como está; pareciera que se aferrara más a este mundo deplorable del que me tocó vivir. Entre mí sólo aguardo al insospechado amigo que algún día me llevará a la muerte. Y es que todo en esta vida se paga.

II - Veces en que Conviene Callar


Francisco había llegado puntual a mi oficina. Noté de inmediato que había conocido a todo un profesional. Veintisiete años, alto, de figura atlética, administrador de empresas y soltero; había concluido recientemente un MBA en Buenos Aires y se preparaba para postular a una empresa petrolera.

Yo lo escuchaba atentamente, le miraba a los ojos, tomaba nota en mi pequeño cuaderno, de vez en cuando dirigía el lápiz a mis labios como atendiendo a sus explicaciones. Decía, por ejemplo, que le gustaba ver cine en sus tiempos libres, me recomendó un par de títulos en inglés, uno de ellos me pareció haberlo visto con una de mis compañeras, pero preferí no comentarle al respecto.

“Hay momentos en el que me siento muy desordenado y quizás sea porque me comprometo demasiado con la vida laboral”, le invité con mi mirada a continuar. “En mi último empleo por ejemplo, tenía tanto trabajo que a veces terminaba por sacrificar mis fines de semana y era terrible no salir con los amigos o bien ir al cine” Decía sonriendo y clavando sus ojazos marrones en mí, como la primera vez. Y es que era muy guapo.

Ya había concluido con los informes que me había encargada Patricia, mi jefa. Ya había escuchado atentamente a mi apuesto e inteligente cinéfilo; entonces le indiqué brevemente que le entregaría sus resultados con la condición de que el invite el Café, saliendo los dos de la oficina. El accedió, sonriente. En eso comprendí que me había enamorado de él.

Voracidad


No soy bueno para las descripciones, mucho menos si se tratan de mujeres; sólo puedo afirmar que era el ser más hermoso que caminaba sobre la tierra. Su andar, su fragancia, su sonrisa, su voz y su mirada intensa, armonizaban perfectamente con mi oscuro y tétrico entorno.

Cuando la tuve, cuando llegué a incrustarme a su ser, sentí que el mundo era una falsedad. Sentí el vacío, sentí sólo mi cuerpo y mi arrogancia. No era ella, mucho menos yo en ella. Sólo era el frío, sólo era el frío cuerpo al que mi voracidad había acabado con su existencia.

I – No Siempre es el Comienzo



Cuando alguien por la calle, a punto de cruzarse en tu camino, te ve fijamente como queriéndote decir “Estas muy linda, cómo me gustaría volver a verte”; es preciso detenerse un poco, devolver un saludo con la mirada e iniciar un diálogo como este:

- ¡Hola! ¿Todo bien?
- Sí, ¿que tal? Soy Francisco y creo haberte visto antes…
- Ah bueno…ya me iba, aquí te dejo mi tarjeta.

Evidentemente el teléfono debe sonar al día siguiente. Tienes el tiempo suficiente para pensar ¿le habrá gustado mi forma de vestir? ¿Habrá pensado que soy muy fácil por haberle dado mi teléfono? ¿…le pareceré guapa? Bueno eso es obvio, así que ahora contestemos la llamada:

- Hola Francisco, que gusto. Supongo que tienes una consulta.
- Sí es que voy postular a un trabajo y quisiera que me asesores para las entrevistas.

Entonces bien, uno fija la fecha y la hora. Acepto gentilmente la invitación a tomar un café. Ahora a pensar en qué vestido ponerse, si es que me paso de frente del trabajo, si es conveniente llevar la tarjeta de crédito…hasta que Plaf llama tu jefa y te pide que adelantes los informes. Ahora a tener que usar esas horas, ahora a buscar el registro de llamadas para indicarle al (en este caso Francisco) que “Ven a mi oficina a la hora que quedamos, se me presentó una emergencia”, “OK”.

Mi nombre es Margarita Barbieri, soy psicóloga organizacional colegiada y estoy a punto de recibir en mi oficina a las ocho de la noche a un interesante individuo. Y todo sea por una simpática y buena causa.