martes, 15 de septiembre de 2009

El Rock de tu Alma


De entre todos los motivos por el que decidí matarte hay uno que nunca dejó de conmoverme. Te habías apropiado de mis discos de vinilo. Yo siempre te los mencionaba y tú nada, ni caso. No quiero pecar de indolente, pero sé que los tenías para darme la contra.

No era justo que procediera de esa manera, tampoco tuve siempre la razón. Cada vez que terminábamos de cambiarnos, optabas por llamar a tus amigos, para consultarle que iban a hacer y si tenían planes. Yo en cambio tenía que trabajar para mantener a mi madre, a mi hermana embarazada, mis gatos de mascota y por si fuera poco; a mí.

Para el primer año luego de habernos casado, habíamos entrado a la más profunda miseria. Con paciencia, pude lograr mi ascenso, a los pocos días. Pusimos una bodega a cargo de mamá y mi hermana. Recuerdo que siempre te quejabas de que los buenos días de los vecinos, siempre iban a mi madre; esto era para mí ridículo.

Cuando las importaciones chinas hicieron estragos a la comercialización. Hubo cambios en la fábrica y terminé siendo despedido, con goce de una liquidación. Cuando te enteraste, te pusiste como loca y te querías separarte de mí. De ahí comenzaron a desaparecer mis reliquias musicales. No pude soportarle más, y después de haber tomado clase de manejo, me hice taxista.

Esa noche decisiva, estando yo en Barranco; comprendí que estaba marcado para lo soledad. Al poco tiempo opté por espiarte. Te había visto besándote con otro hombre, en una actitud más que sugestiva.

Para cuando elegí ese día, ya me habías pedido que te llevara al cine y que luego pasara por tu tío Freddy. Así transcurrieron muchos instantes hasta que acabé tu vida con ayuda del correo chat. La clase transcurrió y todo daba a entender que se trató de un accidente, aquello que volaras diez metros por los aires, producto del despiste de un auto (del auto de tu esposo) o de la acción de un borracho loco, un borracho loco como tu esposo fugitivo.

Teatro Pobre


Llevados por el frío y el fin de las historias. De pueblo en pueblo con el ánimo de poder llenar sus bolsillos, sus estómagos y sus viejas ollas. El mayor de todos los actores ensayaba nuevos cantos, Felipe en cambio practicaba algunas escenas, porque comprendía que tarde o temprano aportaría un pan a la familia.

Por la noche Alejandra, Felipe y Mateo, motivados por el deseo de ser grandes como sus padres o tíos, salieron a la plaza. La niña y Felipe se animaron a ensayar sus escenas. Mateo en cambio se puso a jugar con el sombrero del papá que extrajo; cuando pasó la gente. Justo, el padre de Mateo, encontró a los niños tranquilos ensayando en la plaza. Al notar que el sombrero se llenaba de colaboraciones, comprendió que el pueblo prefería ver más realismo y naturaleza, que arte.

Por la Noche una Esperanza

Antes de que decidiera acostarme recibí la llamada de Yamilé, mi compañera de estudios generales de la carrera de comunicaciones, “Espero lo hayas muy bonito” el teléfono se sentía muy acogedor “Gracias, hubieras venido” “Me hubiese encantado, pero tenía mucho trabajo. Lo haré pronto”. Tuve la impresión luego de colgar el teléfono, que quería hacerla mi enamorada.

Por la noche, pude escuchar el diálogo de mis padres. Entendía que se trataba de algunas necesidades.

-Como me gustaría vivir para ver aquello.
-Madre, a estas alturas opino lo mismo. Pero hagamos un esfuerzo más. Pondré todo de mi parte y te enorgullecerás de verme trabajar una vez más.
No quería escuchar más. Luego de que una lágrima terminara de caer, comprendí que no debía esperar más.

Cuento de la Selva

Un sapito tímido cae a un charco de lodo. El tiempo y el color negro de sus aguas aumentaron la desesperación del pequeño anfibio. Pasaba muy cerca un niño y al ver la extraña criatura del lodo, lejos de asustarse, se dirigió a él a examinarlo. Al notar que se trataba de un sapito, lo tomó en sus manos y se dirigió a la laguna más cercana, donde lo liberó.

El sapito muy contento, se dirigió a su cocha. Al llegar por la noche fue en busca de su madre, quien lo recibió aliviada pasado el gran susto. El sapito prometió ser obediente y acompañó a su progenitora durante los días de su juventud.

Pasaron Dos Años

Cumplía veinte años. Un modesto pastel, una nueva chompa y una camisa como regalos, venían a mí junto con dos prolongados abrazos. Contra lo pronosticado había podido estudiar dos años con la ayuda de una media beca obtenida desde el primer ciclo. No esperaba más, por cuanto mi vida universitaria, se impregnaba de artes como el cine, el teatro y la creación literaria.

Por la tarde recibí la llamada de una empresa del sector hotelero. Sería para prácticas, mi primer trabajo acorde los estudios que venía siguiendo. Me sentía orgulloso de mí y del avance que venía haciendo. Más tarde luego del deseo del pastel y de las velas. Me reafirmé a que debía seguir adelante.