jueves, 19 de febrero de 2009

Sao Luis do Paritiga


Maíra perdóname que aquí nuestros relojes nunca dan a las nueve horas. Tenemos que correr al despertador porque los descuentos siempre terminan afectándonos el desayuno. Tu invitación me cayó como un desayuno. Sin saber muy bien tu lengua, ya me había metido en esa historia llamada Carnaval.

Te enseñé las cascadas cerca a la ciudad, y tú me hablabas del mar, de Sao Luis. Me hice santo para entender qué querías en el fondo. Mi s ahorros no lo concebiría empero tú lo tenías todo planeado, con amigos, casas, lugares y dinero ahorrado. Pero yo soy un roedor.

Tus amigas deben imaginar que queríamos hacerlo de todas maneras, de seguro hablarías que un novio del vecino país del amazonas, vendría por ti. Pero ese novio nunca había ido a otra selva hecha ciudad. Sería un debut con mucho de guacamayos y samba.

Pero tú me enseñarías y conservarías mi lugar, y no era difícil. Y no era fácil que pueda empacar mis cosas porque primero tenía que ordenar mi cuarto y cumplir con mis trabajos en la refinería y mis cursos de verano por la tarde. Pasada la semana del plazo, yo no tenía cara en dónde persignarme.

Pero como buen actor, no me quedó otra que echarle la culpa , al inefable tiempo.

Ajuste al Tiempo


La prisa de terminar los pendientes, me llevaron al ordenador en menos de un minuto, cuando llegaba a casa. La lluvia y su torrencial me anticiparon el quehacer contra los ruidos y las caídas.

El azul de la noche parecía confundirse con el oscuro traje de mi loro. Mi abuela por otro lado, se divertía con las bromas que daban cerca a las diez de la noche. El sueño llegaba a mí y no me sentía parte de nada. Me puse así a dominio del tiempo.

Don Augusto

Por aquel entonces contaba él con cincuenta y dos años, aunque se aferraba a decir que tenía treinta y nueve. Su viejo Scania seguía la ruta Callao – Tarma – Callao. Llantas, lubricantes y equipos de minería conformaban la carga de su herramienta de trabajo pagada a plazos durante trece años. Enterado de mi afán por convertirme en albañil, se animó a solicitar mi ayuda a cambio de almuerzo y unos buenos soles. Más que la compañía, era descartar que el camión sea sujeto a robo para decisión del asaltante.

Al principio mi abuelita no estaba de acuerdo. Insistía en que tenía aún fuerzas y que podía trabajar por mi padre y por mí. Pero mi optimismo y mi anhelo de conocer la sierra peruana pudieron más. Aquel quince de agosto de 1985, iniciaría mi primer viaje; ya me sentía un hombre realizado.

Una Última Mirada

-Amor necesito urgente esos veinte soles.
-Pensé que el casting era mañana José.-Le dije incrédula.
-Sí pero hoy necesito prepararme. Siempre es bueno antes.
-Ok José ten, pero a las diez me llamas ¿De acuerdo?-Le dije mientras extendía el billete y era testigo de un ligero cambio facial que incluía su mirada.

Anoche recibí la llamada del Doctor Francisco, su pequeño José había partido. El taxi que abordó para llegar a tiempo a las audiciones fue impactado por un bus. José no lo había sentido de seguro. Su padre, a quien tanto el se parecía, estaba destrozado y de momentos sentí que quería estremecerse entre mis piernas.

Calma a las 9:00 am

Mi padre está al teléfono. Hoy en día las llamadas de larga distancia están tan cómodas. Él lo entiende tan bien que llama dos veces al día .En ambos casos de seguro contemplaría el saber algo de mi abuela.

Viene a mi memoria quince años atrás, cuando con lágrimas en los ojos me despedía de el y mi abuela, para emprender viaje a la selva peruana. Tenía dieciocho años y quería ganarme el pan. Como que papá ya estaba muy cansado por su trabajo en la minería. Hacía dos años que perdí a mi madre a causa de una neumonía y como que ver a mi abuela trabajar por mi y mis estudios no estaba concebido. Don Augusto sería de gran ayuda en esta empresa dado que el trabajo consistía en ser su ayudante durante los viajes y se trataban de distancias considerables.