miércoles, 23 de febrero de 2011

II - Veces en que Conviene Callar


Francisco había llegado puntual a mi oficina. Noté de inmediato que había conocido a todo un profesional. Veintisiete años, alto, de figura atlética, administrador de empresas y soltero; había concluido recientemente un MBA en Buenos Aires y se preparaba para postular a una empresa petrolera.

Yo lo escuchaba atentamente, le miraba a los ojos, tomaba nota en mi pequeño cuaderno, de vez en cuando dirigía el lápiz a mis labios como atendiendo a sus explicaciones. Decía, por ejemplo, que le gustaba ver cine en sus tiempos libres, me recomendó un par de títulos en inglés, uno de ellos me pareció haberlo visto con una de mis compañeras, pero preferí no comentarle al respecto.

“Hay momentos en el que me siento muy desordenado y quizás sea porque me comprometo demasiado con la vida laboral”, le invité con mi mirada a continuar. “En mi último empleo por ejemplo, tenía tanto trabajo que a veces terminaba por sacrificar mis fines de semana y era terrible no salir con los amigos o bien ir al cine” Decía sonriendo y clavando sus ojazos marrones en mí, como la primera vez. Y es que era muy guapo.

Ya había concluido con los informes que me había encargada Patricia, mi jefa. Ya había escuchado atentamente a mi apuesto e inteligente cinéfilo; entonces le indiqué brevemente que le entregaría sus resultados con la condición de que el invite el Café, saliendo los dos de la oficina. El accedió, sonriente. En eso comprendí que me había enamorado de él.

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