lunes, 20 de febrero de 2012

El Sueño de Tilsa


A pesar de que el niño advirtió de que ese sitio estaba ocupado, ella tomó el asiento del pequeño sofá y conectó a la toma corriente el cargador de su Iphone. Por su mente, pensaba en la consentida madre del niño y en que si no fuera por la casaca azul que decía en la espalda Ecuador, hubiera tomado una de las raquetas de Squash de los seleccionados y se lo hubiera tirado en la cabeza. En el niño entendió el propósito de la joven y aguardó a su consentida madre.

Ecuador, ¿acaso no era la tierra del famoso fotógrafo de modelos Playboy Julián Montoya? La counter de la Aerolínea chilena, le anunciaba que ya podía ingresar al avión con destino a Buenos Aires; aún quedaba buen rato para cargar el Iphone y pasar el viaje escuchando Black Eyed Peas y Coldplay; porque tratándose de las mujeres, odiaba el acento argentino de las azafatas. Finalmente abordó el avión.

Ya no era una desconocida en el país de las carnes, ya no tendría que ponerse polos largos a fin de que los obreros civiles no le miraran el culo; tenía motivos de sobra. Pensaba y pensaba durante todo el viaje: I just can get enough , también cantaba aunque para sus adentros. De pronto la azafata, aunque no era argentina, le ofrece sus servicios. “Vete a la mierda” Todo bárbaro, gracias. Exclamó evitando pronunciar algo que pensaba decir.

Él no estaría allí. Micaela Donayre, Felipe Ornelli, la esperarían impacientes y con todos los equipos listos para las sesiones de fotos. Pero él no estaría allí. No estaría su cuerpo, ni sus dedos torpes desprendiéndola de la ropa interior. Pregunta la hora a la azafata, para asegurarse que su viejo aprendizaje de adolescente de las dos horas de diferencia con Argentina, era efectivamente así; mas la azafata había dejado el reloj en una de sus carteras. “Vete a la mierda”.

En todo equipo de producción siempre hay alguien de sobra, incluso en los mismos Black Eyed Peas había un tío que no encajaba ni aportaba a la banda, mas para el humilde escenario de las sesiones de fotos; era el gordito que se encargaba de maquillarla. Era el tipo que le gustaba esmerarse más cuando la parte asignada era el trasero o los senos de la modelo, mas también era de los tipos que escucharían esas frases que a veces se aguantaba de pronunciar la modelo; aunque sin sentirse ofendido.


Los flashes le recordaban mucho a él, porque él también salía en revistas y porque él tenía ropas brillantes; se gustaban muchísimo. El disfrutaba demasiado poseerla, ella el saber que estaba con él; tan codiciado aunque no tan soltero. Tan varonil y desenfrenado y excéntrico y habilidoso en la cama como un ciervo maduro. Ella era capaz incluso de tragárselo, así como se lo había confesado una vez a Claudia; pero él no estaría allí.

Pidieron descanso para ella; habían transcurrido como dos horas ininterrumpidas de fotos y agarradas del culo y de las tetas por el cabrón gordito, que ni siquiera era argentino y por último ni mujer, para mandarle a la mierda. Todo tenía un límite, incluso las fuerzas, es así que dejó vencerse al sueño; estaba desnuda y sólo cubierta con una toalla. Felipe Ornelli quizo alcanzarle una pequeña almohada, mas su repentina erección le hizo retroceder ante el paso inevitable por los escritorios de las diseñadoras.

Ella soñaba, sintiéndose alejada de todo el mundo, sin flashes, sin niños ecuatorianos y sin fotos; sólo ella y él. Desnudos jugando como dos palomas, desnudos por la cocina, él sobre ella; ella encima de él viendo conciertos como el Oxegene de Irlanda. Alcanzarían orgasmos deliciosos y comerían carnes rojas, con mucho gusto. Andarían juntos de la mano, en medio del mar de miradas y erecciones posibles. Ella soñaba con que el mundo era suyo.

Micaela la despierta con una amistosa nalgada, Vos va comenzar de nuevo, mirá que se me pasaron diez cuadros. Tilsa arroja la toalla que cubría su cuerpo, se estira, da un brinco para sorpresa de todos y da un abrazo a uno de los afortunados asistentes. Había despertado feliz como si su sueño hubiera concluido en un orgasmo. Y vinieron los flashes, aunque ella ya estaba con los atuendos del caso.

De vuelta en el avión, esta vez en su país. Claudia le había advertido sobre los rumores referidos a ella y al hombre de sus sueños. Ahora ella necesitaba descansar, preguntar la hora y asegurarse de que la tipa lleve un reloj y si no, que pongan al masajista de Buenos Aires, que parecía boliviano. Porque ella no tenía que recibir explicaciones de nadie y porque ella no tenía que darlas tampoco. Fue en eso que se dio cuenta de que también tuvo una madre consentida.

Mooca - São Paulo
20-02-12

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