lunes, 20 de febrero de 2012



Reinaldo ha olvidado para siempre, sus herramientas de arado en el campo. Ha preferido la soledad de la ciudad. Ha preferido el iniciar diálogos intrascendentes como este:

- Hace calor, ¿no señorita?
- Uhm Jum
-Pensar que allá en mi tierra el sol es bondadoso…

Pero en la ciudad, en cambio, no existe el sol ni las pesetas, todas las personas transcurrieron olvidándose de todo, como si alguien nos hubiera invitado tarde a alguna fiesta. Entonces no hablaban de bondades como las que evocaba Reinaldo. Hablaban de locos y serranos.

- Mire señorita, yo le cuento algo del sol – continuó, mas sentándose junto a ella.
- Dios mío
- …Todo habitante de mi pueblo, debe saber que en cada temporada de siembra…

Luego vendría el atardecer, es evidente que no existen mejores encantos que el diálogo aunque estos se dirijan a un público desconocido. Hasta que este público desconocido, comience a observar, a interesarse, a detenerse y saber que al frente no hay otro más que intenta hallar un espejo de entre su vida.

Jesús María
15/02/2012

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