domingo, 28 de octubre de 2012

El Sueño de Darnhos



La gran obra hacía un año que había comenzado. Los habitantes cotejaron ese espacio del tiempo con las caídas de las lunas. Por tradición, era preciso favorecer a aquellos hombres, pero por sobre todo a su guía de obras, el joven Darnhos, hijo de los nobles de los pueblos del norte, mancebo que rodeaba el cuarto de siglo.

Empero Darnhos, hijo de los nobles del norte, no deseaba tanto ni el ganado, ni los cultivos de los pobladores. Había puesto su mirada y sus ilusiones en una joven de la aldea. Aquella avecilla que le había provisto de agua y que ayudó a uno de sus peones, para cuando sufrió una fractura ante el golpe con una roca. “Si tu nombre es sol, acude pronto a las noches de mis sueños, pequeña florecilla” dedicaba galante él a su musa de las altas regiones; en perfecto idioma Mushiq.

- Mis padres ya compensaron su obra, buen joven- respondía al cumplido la joven.
- Pero juro por estos caminos, que optaré por quedarme aquí junto a ti y los tuyos, si me concedes tu corazón.- respondía el enamorada maestro de obras.

Pero el general, ajeno a los cálculos del amor, sólo atinaba a enviar a cada dos lunas un emisario en busca de información de las obras y del estado de los hombres. Todo andaba en orden, excepto el corazón inquieto de Darnhos. Joven formado en la milicia de defensa del norte y discípulo de los sacerdotes de Naylamp.

Cierto atardecer de la segunda estación solar, uno de los jornaleros, informó que el camino había llegado hasta el límite del pueblo y que bajo una pendiente de cien pies de altura, estaba el río que desembocaba a las costas de los challwas.

-Magnífico, entonces construiremos un puente. – atinó a decir el joven.
-Pero su merced, recuerde que no sabemos quienes andan por allá, si amigos o enemigos. – respondió el más viejo de los obreros.

La voluntad de Darnhos , su valor y el demostrar a todas las jóvenes de su autoridad, trajo consigo no solo la culminación del puente, bajo un penoso saldo de dos obreros muertos por la uta; sino que también le había valido el título de delegado del pueblo, facultándole el elegir a una de las vírgenes del pueblo. Como era de esperarse, el eligió a su amada avecilla.

A la mañana siguiente, luego de que el principal del pueblo oficializó la marcha de los esposos a las montañas para la presentación a las divinidades, uno de los trabajadores advirtió de la llegada de un séquito de más de trescientos hombres.

- Dime, que no es verdad. ¿Acaso nos enfrentarán? – preguntaba sorprendido Darnhos.
- Son los hijos del Sol, los hermanos Ayar – se atrevió a asegurar uno de los pobladores.

Poco a poco, tiempo tras tiempo, las cabezas de más de trescientos hombres que acompañaban a una corte e militares, iba aproximándose a la aldea. Hasta que legaron. Uno de ellos, quitándose el cinto de la cabeza, saludo rápidamente con la mirada y en un idioma extraño anunciaba que tomaría los caminos del pueblo y que parte de ellos pasarían a los dominios de Qhapaq Yupanqui.

- Soy el maestro de obras y no pretendemos que tomen nuestros caminos- exclamó Darnhos.
- Estos caminos son del Sol, por cuanto el los mantuvo con vida – respondió el general en Mushiq.

Ninguno estaba preparado para la guerra, ninguno tenía idea de lo que serían sus vidas y cómo un tal Qaphac Yupanqui se apoderaba de tanto esfuerzo. Darnhos estaba confundido, confundido y enamorado hasta el cansancio. La paz de su corazón se veía afectada y más ahora que el general en privado le anunciaba que si no venía con ellos, arrasaría con el pueblo y que la misión que tenía ahora era concretar el proyecto llamado Qhapaq Ñan.

“En nuestra cosmovisión, no hay mujer; hay mujeres. Pero llegado su momento. Acepta nuestra oferta noble del norte. Este pueblo no debe detener tus sueños” El general sentenciaba así, la forma cómo Darnhos había anhelado todo este tiempo trabajar. Por una mayor causa y con mayor respaldo.

Su obra estaba en medio del sueño de todo un imperio. Su amada seguía inmutable ante su partida, extraña y distante en parte como lo había conocido. Como si las estrellas se había puesto de acuerdo con el silencio de sus ojos. “Nunca apagaré el vigor de mi corazón, amada mía. Te llevaré conmigo siempre”. Pero ella no quería entender más, era como si el Mushiq hubiera pasado a la historia de pronto, así como ese amor de caminos.

Santa Eulalia
Octubre 2012
De Caricias del Tiempo

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