viernes, 26 de diciembre de 2008

Sajonia


Yo pensaba que mi llegada no tendría significado. En Sajonia a los habitantes se les conoce como sajones y hablan un perfecto portugués. Carmela, uno de sus habitantes, comentaba mientras hacía uso de un medio de transporte, que era difícil perderse; todo el mundo se conocía en Sajonia. Yo lo estaba conociendo.

Mi llegada al hotel fue graciosa, primero porque no se trataba de una llegada, sino de una acertada decisión entre dormir en un parque o una parroquia, de no encontrar hoteles. Pero en Sajona había uno cada veinte esquinas. Segundo que podía pagar mi hospedaje con tickets de alimentos.

Las mujeres como Carmela, tenían una característica muy especial, tenían las piernas velludas. No lo podían hacer por una cuestión de delicadeza, y es que el dolor era una constante para ellos, en cuanto evasión se tratara. Era por eso que andaban todo el tiempo risueños los sajones. Casualmente la administradora del hotel no usaba faldón aquella vez. Era difícil ser mujer sin rubores de por medio en Sajonia.

Algo a remarcar era que en este pequeño país se almorzaba a las seis de la tarde y no se cenaba porque era la indicación de los médicos no hacerlo. Me resultó difícil acoplarme a una sesión de almuerzo, primero porque para el portugués no existía esa palabra y segundo que la traducción oficial partía de un dialecto y de manera compuesta.

En este país era común observar tenistas, pero eran muy obesos. Semejantes a un borde de raqueta. Ellos no usaban correo electrónico ni mucho menos lo llamaban “mail” como los anglosajones. Podrían llamar o referirse a alguien como joven, aún cuando su edad pasara más de los 40 años. Mi jefe no se avergonzaría de estar aquí.

Empero llegado el 25 de mayo, empaqué mis cosas. Decidí almorzar con los hoteleros y recordando que no tendría que bajar por la cena, salí rápidamente pues las despedidas no me eran tan gratas como los almuerzos por las seis de la tarde. Llegué a Perú con la firme intención de mejorar mi Inglés.

Miraflores
19-12-08

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