martes, 12 de mayo de 2009

Ciénaga Azul



a GHOL


-Ves tus manos son más grandes.-Me repetía con sus azules palabras. Su voz pasaba como una caricia sobre mí.
-Pero aun así siento que son pequeñas. –Le respondo no queriendo soltar las suyas.

La noche avanzaba lentamente, parecían ser parte de ese paisaje compuesto de árboles y una alta probabilidad de lados oscuros de la fuerza. La tenía frente a mí y no me cansaba de mirarla y preguntarle a mi silencio si aquello era para mí un rostro de amor. Nos teníamos y éramos sencillamente de la noche.

Una madre de familia pasa cerca de nosotros.
-Buenas señora.-Le saluda mi “amiga”.

“Buenas” le dije sin mirarla. Ella parecía seguir los pasos de su vecina. Su presencia le daba otro matiz a la oscuridad, aunque en el fondo éramos del día. Éramos después de la misa, después de la paz. Aunque cuando sus labios nunca se pegaran a los míos. Era mi santa de madera. Y estaba tocando sus manos.

-Es tarde mis padres deben estar preocupados.-Me dijo liberando suavemente sus manos.
-Ok. Para mí también es tarde. Cuándo nos podremos ver.

Con su mirada comprendí que mi pregunta jamás tendría una respuesta. La humilde puerta que la borraba de mi presencia, me indicó esta vez que debía seguir mi marcha. Mis pensamientos se cubrieron de paisajes y recuerdos pasados. Mis libros y su fuerza literaria llegaron a mí como una inspiración tardía. Partí rumbo a casa, pensando que ese lugar era el más abominable del mundo.

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