viernes, 14 de agosto de 2009

La Frontera

Cuando mi alma decide separarme de mi tierra, cuando el brillo del arte se torna una mirada esperanzadora. Decido entonces emprender el viaje a la capital. Lima y su acceso forman una frontera entre nuestros espíritus. Acaso la tradición y nuestros desvelos, nos enseñaron la forma de cultivar la tierra y la forma de danzar en gratitud.

Concluido el viaje por la tarde, nos topamos con otra realidad. Las calles eran invadidas por la prisa, se veía una actitud que dependía de los pasos de los relojes. Yo quería saber que aquello no era verdad y que esas personas sólo eran fantasmas que no tenían nada que agradecernos por nuestro baile. Comprendimos también que debíamos danzar y pronto.

-Maestro, tenemos hambre.-Reclamó Juan Jonás, el más pequeño de mis danzarines.
-Hijo, llegamos en breve.-Le respondo. “Ellos se harán cargo de todo”.

La dirección era la correcta. No podía existir ninguna confusión. “Don Reinaldo ya no vive aquí desde hace años”. Yo no entendía nada y tampoco quería pronunciar palabra. Cuando oí que uno de los niños murmuró que ya no íbamos a bailar; recobré fuerzas y empuje al joven que salió a la puerta.”Esto no se va a quedar así, verá que bailaremos”. De pronto la puerta se cerró ante nuestros ojos.

-Te dije que no íbamos a bailar.-Dijo el mismo jovencito.”En ese momento, comprendí que aquel ofrecimiento de bailar fuera de nuestras fronteras, era parte de mis sueños. La existencia de Don Reinaldo también se incluía en esa posibilidad.

Juan Jonás encontró una caña y luego de partirla en dos, se la dio a Medellin, el mayor de los danzarín. Sin pensarlo dos veces se fueron al parque más cercano y comenzaron a danzar, aún cuando se morían de hambre. La gente, o sea aquellos fantasmas, comenzaron a aglomerarse poco a poco, como si se tratase de un accidente, presenciando así la danza a la que también me acoplé. La generosidad de aquellas personas nos permitió repetir la función días y semanas más.

Para cuando llegamos a nuestro pueblo, el alcalde nos recibió con júbilo y orgullo. A los pocos minutos de haberme llamado a su despacho, me comunicó su decisión de hacerme Maestro Danzante en Jefe, aún cuando fuimos motivados por ese arte que se impregna de los sueños, rompiendo las fronteras.

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