lunes, 20 de junio de 2011

Cásate Conmigo Kate Winslet


La espera era incesante, era la cuarta vez que preguntaba del por qué de la demora y la dependiente, sin obviar su sonrisa de cuatro meses de cursos e impacientes; le respondía que había turbulencias. Ella no se explica cómo es que en Irlanda hay ese tipo de cosas. Constata nuevamente que el aviso de Prohibido Fumar este en su sitio. Quiere irse pero el vendrá en cualquier momento.

El la tomó con delicadeza, tenía el aliento a tabaco; había tenido un pésimo día. Ella sabía perfectamente a que se refería. Era como recordar esas molestosas llamadas de Kasey Brians de la revista Vogue, que terminarían en las largas sesiones de flashes y posturas, era horrible decía ella, esta vez encendiendo un cigarrillo aunque con la ayuda de su novio.

En el hotel todo fue distinto. La arquitectura de Dublín había influenciado también al Hotel no escapando de la elección de los artistas. Ya en la habitación por fin se abrazaron, solos y alejados de ese mundo tan superficial de las cámaras y los curiosos. Por fin desnudos se enlazaban a sus pasiones como dos niños entregados al juego. Ella volvió a encender un cigarrillo y sin ayuda.

Su novio echa un vistazo a la ciudad. Está desnudo pero a él parece importarle poco. Lentamente esa privilegiada erección sucumbía a la normalidad de su anatomía. El también quisiera acompañarla, pero prefiere ver el paisaje del que tanto habló James Joyce. De pronto voltea para seguir viendo a su musa, real y natural; ella sonríe como la niña de treinta y tres años que es.

Sus cabellos vuelven a recubrirse de transpiración, hay esta vez frenesí y algo de premura. Él despliega su vigor arremetiéndola de virilidad, penetrándola, dirigiendo su cuerpo y besándolo según el alcance de sus labios. Ella en cambio permanece quieta, contemplándolo según la postura que pudiera tomar; también es de besar y prefiere el amplio pecho de su profesional del modelaje. El tiempo transcurre lentamente, hasta que él se detiene.

A la mañana siguiente el revisa el diario. Hablan de ella y de su nuevo papel. Silba para llamar su atención y su amada se limita a hacerle OK con el pulgar enhiesto. Ella parece muy distraída con el diseño de la taza del cappuccino, al parecer ese tipo de detalles bien que le gustarían a Mía. Inicia entonces la llamada saludando a su hija, Buenos días mi amor.

Pero hay un amor que se desarrolla y se cautiva en ese hotel dublinés. Un amor que se entrega a las horas y que no se limita en lo absoluto. Como el desarrollado anoche precisamente. Ambos deseaban repetir las escenas nuevamente, era obvio que sin luces, ni directores, ni sonidistas, ni técnicos como el de Hudeos Kinsky; que llegaron a poseerla facilitando la venida de Mía al mundo.

Hay una llamada de Londres, la nana Rogers ha caído enferma. Es preciso adelantar el viaje. Él entiende perfectamente y se prepara para encender un cigarrillo. Al parecer la escena de México se vuelve a repetir. Entonces avisan para que le ayuden con las maletas.

Ambos salen con rumbo al aeropuerto. Ella llama a su agente, No podré estar. El chofer logra reconocerla, no si dejar de pensar en el tremendo éxito de la película de James Cameron. Ella revisa el nuevo mensaje de su hijo, este le cuenta que obtuvo un nueve en química, el curso que nunca agradó a su madre.

El la toma de la mano, la ayuda a bajar del auto, acomoda sus lentes y arroja la colilla del cigarrillo. Ambos caminan con prisa, se necesitan mutuamente, conforman el mundo que los ha tocado. De pronto esquivan a una curiosa de pésimo inglés, ella sólo se limita a sonreír y a levantar el pulgar como diciendo OK. El no parece decir nada, parecía que el Gracias estaba reservado para los labios de Kate. Parecía que aún no había superado el incidente de la turbulencia.

Ambos suben al avión, la gente continúa saludándolos. Hay algo en él que anima a la gente a no acercarse mucho. Quizás su fuerte aliento a tabaco o quizás por esa circunspección propia de alguien que había sido criado por una tía gorda aficionada a las cartas. Ahora él tenía la misión de proteger la intimidad de su amada, aunque el contexto les sea adverso. El avión despega, el viaje será cortísimo pero es la prisa lo que los mueve así por el mundo. Ella no suelta las manos de su novio.

Ella recuerda feliz el hotel dublinés y sus dos orgasmos. Ella piensa feliz en sus hijos aunque en parte preocupada por la nana Rogers. Ella constata que tiene la mano izquierda de Louis y que en la parte superior del corredor diga “Prohibido Fumar” y ante esta realidad finalmente suspira; aliviada.

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