Mis amigos sólo me dejaron una pequeña barra de chocolate.
No era justo, por cuanto ellos recibían una justa pensión. Tampoco, porque no
era la forma de reconocer mi esmerado y paciente trabajo, en vísperas de
navidad aquí en el taller. Pero no podía reclamar, así encerrado como estaba.
La ventaja de mi reclusión, aquí en Somalia, era que
disponía libremente de mis intérpretes. Ellos no estaban al tanto de mi
sentencia, pero ayudaban a que resulte menos terrible. Aunque ya no me
interesen, estas venidas de fin de año y ni siquiera esos amigos que podían
responderme los abrazos.
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