sábado, 14 de agosto de 2010

Regresaba al trabajo, tenía el pensamiento clavado en que su presencia no socorrería mi cuerpo nunca más. Yo sería el ingrato por pensar así, me advirtió; pero cuando la soledad te invita a vivir, lo hace y muy bien.

Un hombre no sólo se hace de sus obras, sino que necesita de los demás. Eso irremediable, eso que quieres evitar y borrar del pasado se hace cada vez más evidente y extensivo. ¿Era correcto pensar que la hija de tu socio comentaría a sus amigas que mantuvo una relación furtiva con “el bueno para nada de James”? ¿Dónde empieza y dónde termina la discreción de una dama?

Lo cierto es que no la dejabas porque simplemente deseabas a otra (más discreta, más joven, más rica y con más afición a la gimnasia) , sino que sencillamente la superación cada vez mas hace presa de las damas y las puede llevar lejos, como al mismo Europa.

Un bueno para nada sabe a qué atenerse y cómo manejar a los contadores, entre tanto habría que pensar cómo sobrevivir sin ella, cómo repetirle a tu nuevo departamento que la situación no va más y que el resto de las nueve letras se vayan al carajo porque total, el fracaso se comparte y sino que lo diga mi desconsolado y viejo socio.

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