viernes, 22 de abril de 2011

El tiempo y sus rarezas llevaron a aquel joven al olvido. Había decidido alejarse de su hogar, olvidar la presencia de su familia y del mundo. Olvidarse prácticamente de el mismo y de lo que había vivido hasta ahora para mantenerse así; pero el no quería mantenerse más así. Mas no imaginaba que todo iba terminar de otra forma.

El era un ciudadano del mundo, decía el; así que sus viajes y sus tormentas no aplacarían su sed y sus ansias de encontrarse así mismo o bien a su musa inspiradora. Sabía del fracaso, pero no olvidaba del sueño de los demás; ni de los más débiles por el que siempre tuvo especial consideración. Pero él estaba solo esta vez.

Frente al cadáver de Philippe, pensaba que la suerte de muchos aventureros no siempre tiene un buen recaudo, que el tiempo no hace caso de los seres humanos muchas veces y transcurre y transcurre en episodios, casualidades y circunstancias. Como bien suponía la felicidad representa una ecuación en función de dos variables el tiempo y la actitud.

Por fin entendió que muy a pesar de sus esfuerzos, el mar y su inmensidad podrían más que sus sueños; porque estos eran humanos. Philippe sólo era un viejo fantasma que se había puesto en su camino para darle a entender que el mundo no podía con ciertas enfermedades o que bien llegar a tierra significaría otra cosa. Ahora nuestro navegante estaba infectado, ahora nuestro joven requería de los cuidados de los hombres y su ciencia; esta vez para vivir y trazarse nuevos rumbos. Por tratarse de ese placer de descubrir lo desconocido.

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