Cabizbajos , enterado ya de la buena voluntad de nuestro finado cliente, pasaron treinta minutos de silencio hasta que don Augusto me dijo.
-La hija no dejaba de mirarte.
-Bromea, ella lucía muy triste.-Le respondí no sin despegar mi mirada de la vía.
-Te olvidas que tengo mis años, esas cosas uno ya lo domina.- Puntualizó no sin volver la mirada hacia mí.
Posiblemente tenía razón, la muchacha que de seguro frisaría sus veintitrés años, no tenía a quien mirar para tranquilizarse sino a mí. “Nunca tuve tiempo para el amor” recuerdo que fue lo último que le dije a mi jefe antes de cerrar los ojos. Al despertar, ya previo al desayuno, me apresuré a limpiar el espacio de las cargas. Aún tenía el cansancio del día anterior. Me pregunté si la señorita Hernández asumiría la dirección de aquel negocio.
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