domingo, 23 de mayo de 2010

La Esposa del Leñador


Porque efectivamente sus lágrimas no tendrían mejor apaciguante que las manos de su esposo. Podría soportar de todo, pero eso sí, preocuparse más de la cuenta. Eso jamás.

Ávida mientras espera, imagina el salón venciendo a su aforo, la irrupción de su esposo frente al hecho de que no llegaba a casa aún. Quizás ya esté tomando partido de alguien, quizás la patrona. Pues bien nos espera el llanto y la soledad.

- ¿Querido, qué paso? – Pregunta la esposa ya casi repuesta por la llegada del esposo. Solo que ahora estaba preparada.
-Nos vamos de esta finca. Hay riesgo de que la peste se expanda por aquí.-El sol terminó de salir para todos.

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