No imaginamos frente al peligro. O al menos eso nos recomendaron aquellos amigos que nos enseñaron a perder el miedo cuando manejábamos bicicleta. Pero Lucía, sola y frente a su captor no tenía otra salida para sus pensamientos que mantener la calma y esperar que el rescate pueda concretarse.
Allá en Huancayo, veintidós años atrás sus padres por todo lo alto, celebraron con júbilo y dicha que eran los más felices y casados del Valle del Mantaro. Pero Un momento, como indicó uno de los secuestradores, Ella primero dijo que no tenía al padre vivo y ahora me llama un tal Cerna, ¿es tu viejo?, Es mi padrino, mi padre está de viaje de negocios, ¿El maneja las cuenta acaso?, Sí, con mi mamá.
La calma que expresaba Lucía, aburría y extenuaba a sus captores. Cuando ellos supieron del disponible en caja y bancos; accedieron a un monto menor. No podían hacerle nada, ni tocarla porque dejarían huellas. Esto no es el cine. Tenían frente a ellos una chica tenue y pálida de miedo que no colaboraba; que soñaba con ser contadora y darle el alcance a su padre en Madrid. Y así fue, después de todo; para bien y honra de todos.
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